Siete, ocho, nueve; A veces es muy difícil ser mujer
Samsara se dio cuenta de que al final la comida que más le gustaba terminaría por ser la que más la hartaría, que la canción de amor que tan feliz la hacía terminaría siendo aquella que haría que se derramaran más gotas por sus ojos que por la llave de la regadera ese miércoles por la madrugada.
Samsara caminaba por los pasillos largos de su departamento, se detenía un rato para observar las puntas agrietadas de su cabello que tan feliz la hacían, seguía caminando mientras se quitaba una a una cada prenda que llevaba puesta.
Ya era la 1 de la madrugada y Samsara ya ni siquiera cargaba su alma.
Uno, dos, tres, el agua de la olla del té se cae. Cuatro, cinco, seis, la melodía del ventilador del refrigerador parece ser la más adecuada. Siete, ocho, nueve, a veces es muy difícil ser mujer.
Samsara solo giraba sus hombros mientras tronaba su espalda, observaba el celular cada medio minuto en búsqueda de nada, pues en la madrugada no esperas buscar, esperas ser encontrada.
Dolor de espalda, dolor de vientre, dolor de alma. Samsara no sabía cuál era la más difícil aquella madrugada tan extraña.
Las gotas de los ojos volvieron a salir, una a una, mientras comenzaban a pintar, ciertamente, el paisaje más bonito que Samsara había pintado. Parecía que su vocación por el arte y la pintura no eran a través de pincel y brochas, ella estaba creando arte a partir de sentimientos y letras.
Un desarmador, un mantel bastante mexicano y su brassier, parece que hacían el juego perfecto de decoración para esa mesa tan gris. Sus uñas no se veían tan mal, pues al parecer cada una tenía una forma diferente y cada una rozaba un grupo de letras, una y otra vez.
Samsara de nuevo estaba de pie, respirando la brisa nocturna. Ese balcón le parecía tan especial, pues su mente lograba ver en una mesa de plástico de corona y dos sillas mal puestas, un hermoso tapiz de colchones y cojines rodeados de luces navideñas encendiendo y apagando simultáneamente; Era magia mental, la misma magia que se transformaba a masoquismo mental casi a diario.
No lograba entender como una caricia podía ser borrada por una idea, por una imagen de hace 150 noches y por un mensaje que nunca existió.
Samsara estaba tratando de descifrar el porqué de tanto temor, el porqué de nunca estar conforme y nunca sentirse a gusto.
Todo era como si quisiera tanto una manzana que al tenerla deseará que mejor fuera una pera, y cuando fuera a comprar esa pera despreciando la manzana, todo hiciera, desde mente, cuerpo y alma que deseara que la manzana volviera a estar en el lugar de la pera.
Samsara era retórica, pero sabía perfecto con sus ejemplos a qué situación se refería y a qué momento trascendía.
No lograba entender cómo el querer y el tener en ocasiones no hablaban el mismo idioma. Como el querer podía ser el merecer y a su vez podía ser pura afición.
No lograba entender cómo podía tener tanto que decir y sentir en persona, y se le hacía siempre más fácil guardarlo para escribir y sufrir.
Samsara era muy particular, por no nombrarle extraña. Era pureza y luminosidad; Cien por ciento brillaba, pero a Samsara le faltaba un poco el querer, querer lo que tenía y querer lo que en su momento ya había tenido.
Samsara aún no lograba separar el pasado del presente por miedo a ser lastimada y por miedo a ser olvidada.
Claro que volvieron a caer, una vez más esas gotas llenaban ahora un vaso con residuos de café, porque claro que Samsara para escribir no solo se conformaba con una taza de té.
Samsara necesitaba aprender a confiar más, a saber que las cosas no se van a quedar solo porque uno mismo las quiera amarrar. Que aún no se inventa un lazo de sentimientos, ni mucho menos una atadura a alguien más.
Ella solo debía entender que lo que pertenece a su vida no siempre lo hizo, y no siempre lo hará. Que benditas cosas y personas, aquellas que logran permanecer en un por siempre y benditas otras aquellas que logran permanecer eternamente en un por lo mientras.
Samsara debía entender que si alguien está en su vida es porque de verdad quiere estarlo, y que dudar de su presencia solo hará que esa persona ya no quiera hacerlo. Al igual que le hacía falta entender que ella es la única con la capacidad de decidir quiénes están en su vida, por lo que no podía dejarse permitir dudar de esas propias elecciones, y que si existiera la duda, ella tendría el único poder de resolverla o descartarla.
Pasaba la madrugada lentamente y Samsara se iba desgastando poco a poco con ella.
Solo pensaba en los labios de su novio y en los 25 roces de nariz con nariz de ojos cerrados que habían sucedido hace apenas unas horas.
Samsara era una mujer muy feliz. Samsara era una mujer muy exitosa. Samsara era una mujer única y grande. Samsara era una mujer romántica y locamente apasionada.
Pero a pesar de ser todo aquello, Samsara necesitaba resolver ese gran defecto.
Necesitaba soltarse, amar y ser amada. Confiar y permitir la confianza en ella. Respetar y ser respetada.
Ya no caían gotas de sus ojos y la melodía que sonaba ya no era únicamente la del refrigerador, después de horas de letras, Samsara se empezaba a sentir mejor.
Tomo su cabello con una trenza, apagó las luces y lentamente se recostó.
Antes de dormir, simplemente Samsara visualizó un entero en un pequeño octavo.
Ella tenía a la mejor familia del mundo, una familia sana, amorosa y unida. Una familia leal, comprensiva y sobre todo divertida.
Ella tenía a un novio a la medida, amoroso y divertido. Un novio de crecimiento.
Ella tenía los amigos necesarios, que miren que sin sus perdedores se moría. Amigos leales y cien por ciento sinceros. Pocas amigas, pero de las más sinceras y leales.
Ella tenía una gran carrera, difícil pero apasionante y también tenía un gran trabajo, por dejar de lado mencionar también sus grandes hobbies y habilidades.
Samsara tenía el mundo a sus pies y eso la asustaba tanto que la hacía buscar siempre algo que no encajara para no seguir creciendo.
Dos de la mañana, Samsara cerró los ojos y lentamente se durmió.
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