De esto se trataba.



Me encanta quererte desde la primera hora de mi mañana hasta la última hora de tus largas madrugadas.


Me encanta quererte por cómo llegaste, porque sin buscarte tú ya me estabas encontrando. Porque sucedimos como aquellos cuentos de amor que muy pocos leen, en una rutina cualquiera, en un día cualquiera.


Porque sucedimos como las grandes cosas no suelen suceder, de una manera sencilla. Porque aquella mañana de noviembre no esperaba un gran cambio de mi rutina. Y fue así como con la misma cara de sueño de un jueves por la mañana y mis ansias por llegar y comer un poco de fruta y huevo que levantaran mi cara, estabas tú.


Esa mañana mi cara se había levantado por un motivo totalmente diferente, y se sentía muy bien. Debo confesar entre estas letras y té de menta vespertina que ya te había pensado. En alguna ocasión mencionaron tu peculiar nombre y uno de aquellos días de ocio e incertidumbre en el pensar, me atreví a imaginarte y a sucederte en mi memoria.


¡Qué atrevimiento el mío de haber tratado de igualar en mi cabeza lo que mis ojos estaban viendo ese día!


Lo único que cambio ese día fue que mi mañana funcionó con una gran sonrisa y con repetidas caminatas por los pasillos de la oficina imaginando que tú igual me veías.


Aún no encuentro el cómo de que una semana después estuviéramos tomados de las manos bailando y contándonos el mundo, como si de verdad todo este tiempo ya hubiéramos tenido la melodía y solo nos faltara la letra.


Entre besos y canciones me enamore de ti. Bailamos si detenernos toda la noche, tocamos nuestros labios y recorrimos nuestros cuerpos sin necesidad de reconocerlos, porque de alguna u otra forma ya habíamos estado ahí antes.


De entre tantas historias de amor por aprender a soltar, la tuya solo llego como un curso intensivo de unos cuantos días para llegar a amar, para realmente darme cuenta de que todo lo pasado era para ser pasado y tú eras el presente y la última página de aquel libro de amor, esa página que en su contenido solo tenía un “Ya no cambies la página más, este libro ya se cerró. Ahora solo ve y abre uno nuevo y continúa el camino solo conmigo”.


Días más tarde ya éramos una pareja de días, convertida en años, en vida, en eternidad. Desde el primer momento supe que si algún día me casaría,contigo sería, que si algún día formaría una familia, tus ojos tendrían. Solo lo sabía. 


Y de eso consiste la magia de lo nuestro, de que ya estaba escrito. Y no estaba escrito por algún autor reconocido, o en alguna piedra de antaño o en alguno de mis absurdos cuentos de amor. Estaba escrito en la vida, en el destino y en el corazón. Estaba escrito en lo que el amor escribe y designa a cada persona.


Y me enamore así, puro, real y honesto. Cómo los grandes amores suceden.


Me enamoré de su físico en totalidad, de su linda altura y su bonito rostro, de aquel cuerpo que me mataba y de sus manos recorriendo el mío. Me enamoré de su pensar desde la primera vez que lo escuché hablar, de lo grande que es su alma y de lo mucho que aun así le queda por recorrer. De sus sentimientos de bondad, pureza y nobleza al prójimo. De un dar sin recibir, y de un recibir con amor y humildad. De un caballero y excelente amigo.


Me enamoré de todo lo que siempre había soñado, y no por el hecho de que todo encajara en el perfil que yo solicitaba, sino porque todo encajaba en él.





Comentarios

Entradas populares de este blog

Hay años que apremian y años que enseñan

Let’s break el apego

El príncipe y la guerrera de cuento de hadas