Esperando que pase y nos lleve a la siguiente.

 “Hoy me conecto a mí, lloro, bailo, grito, callo; me uno a la raíz, a ese océano que nunca se está quieto, pero que siempre está fluyendo”.

 

Así empiezo el escrito de hoy, que me venía pidiendo a sensaciones desde hace unos ayeres que me sentara a darle vida.

 

Me parece cómico pensar que cuando más necesitamos poner en práctica esas herramientas que tenemos para sanarnos, es cuando más las evadimos y alejamos.

 

Cómico, pero muy lógico. El ego y nuestras máscaras nunca van a querer que toquemos la cura, y nos van a llevar a tomar solo la medicina que calme nuestros mares, cruzando los dedos por un mañana soleado en donde nadar en ellos ya no se vean tan crítico.

Y aquí vamos, tomando las olas en los días alegres, sin saber como acercarnos a la arena en los días que vibran más bajito, por no llamarles lejanos, tristes y difíciles.

Poniéndonos una llanta para flotar, en lugar de aprender a nadar.

 

No nos culpo, ni me culpo por hacerlo de esa manera, pues así crecí, eso fue lo que aprendí.

 

Sobreviviendo la vida, dándole ese nombre; Sobre la vida.

Vamos sobre ella, sin tocarla, sin gozarla, sin vivirla.

Vamos evitando que duela, que se sienta intensa, que nos mueva las mareas, que nos sacuda y nos recuerde, que somos parte de ella.

 

Vamos corriendo tras los momentos de mayor alegría y plenitud esperando que cuando lleguemos a ellos, todo tenga sentido.

Y, ¿Cuál es el sentido de llegar a ellos, si cuando nos sentemos a saborear ese pedazo de pastel, ese viaje, esos ceros de más en nuestra cuenta de banco, se van a ir pestañeando en cuestión de segundos?

 

Vamos adjudicando el sobre al camino y la vida al destino.

Y cuando nos damos cuenta de que pasamos la mayor parte de este tiempo lineal en el sobre y no viviendo, es demasiado tarde.

 

Pero no vengo con un texto melancólico de esos que me gustan en días nublados, vengo a retomar la frase de unos párrafos atrás en donde la culpa no es nuestra por haber estado llevando la vida de esta manera, ya que eso fue lo que nos enseñaron.

 

¿La culpa no es nuestra o la culpa no era nuestra?

 

Vengo a invitarme (nos), a aceptarme culpable, victima y victimario de como he actuado, pero, sobre todo, aceptarme responsable de que mi yo de niño no tenía las suficientes herramientas, pero mi yo de adulto tiene, quiere y puede dejar de recorrer el mar en una llanta inflable y soltarse a hacerlo con todas sus capacidades completas.

 

Romper la creencia de que la vida es lo que siento por debajo del ombligo, mientras mis hombros, rostro y cabello están secos, y permitirme ver que puedo sentir mi cuello húmedo, mi cabello enredado, mis ojos con sal; y sí, puede no gustarme, pero si no lo hago, si no lo hacemos, nunca vamos a vivir en la vida y seguiremos sobre de ella, esperando que pase y nos lleve a la siguiente.





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